12/28/2006

La Mano Negra

En una de esas noches de invierno en que llovizna y hace frío, en que rodean los niños la cazuela de los buñuelos comiendo anticipadamente de los que se quiebran, en que solo se están quietos si la abuela de cabeza blanca y ojos amorosos les cuenta algo de aparecidos, oí lo que a mi vez refiero.


El padre Marosho de cuyo nombre no puedo acordarme, era una celebridad en la basta provincia de agustinos de Michoacán, distinguiéndose principalmente por sus virtudes y después por ser pintor excelente que cubrió de cuadros de indiscutible mérito artístico todos los conventos de la provincia; por ser orador consumado, que con sus sermones llenos de elocuencia y de unción conmoví profundamente al; auditorio por distraído que éste fuese; por ser teólogo y canonista como pocos de gran memoria y aguda inteligencia. Por todo lo cual era uno de los primeros que asistían a los capítulos de su provincia.


Por entonces había capítulo en el convento de San Agustín de Valladolid y los padres capitulares habían venido de las más remotas regiones de la provincia, y entre ellos el padre Marocho que residía de ordinario en el convento de Salamanca.


La sala capitular estaba a la derecha del claustro románico situado junto a la iglesia bizantina. Una ancha puerta de medio punto abierta a la mitad del salón daba acceso a él. Casi frente a la puerta de entrada se erguía una tribuna tallada en nogal negro. En los cuatro tableros de enfrente en forma de medallones se habían esculpido... Seguir leyendo

12/21/2006

Mito mexicano "Dioses de la Muerte"

(mito de la epoca prehispanica)
El reino de los muertos o inframundo, conocido comúnmente como Mictlan, era gobernado por el Señor del Inframundo, Mictlantecuhtli, y por la esposa de este, Mictecacihuatl, los Infiernos, el Chignauhmictlan. Pero aparte de estas deidades, existían otros dioses y diosas que poblaban las regiones del Mictlan y que casi
siempre encontramos por parejas. Una de ellas es Ixpuzteque, El que tiene el pie rotoy su esposa Micapetlacalli, Caja de muerto. Por último conocemos el nombre de Tzontemoc, El que cayo de cabeza, y su esposa es Chalmecacihuatl, La sacrificadora .

Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl eran la pareja más importante de las regiones del inframundo y habitan la más profunda de ellas, a donde llegan los hombres a descansar, no sin antes entregar a las deidades presentes valiosos.

Mictlantecuhtli aparece con el cuerpo cubierto de huesos humanos y un cráneo a manera de mascara, con los cabellos negros, encrespados y decorados con ojos estelares, puesto que habita en la región de la oscuridad completa. Adornan su cabeza una rosetas de papel de las que salen conos, uno sobre la frente y otro en la nuca. Sus animales asociados son el murciélago, la araña y el búho (tecolotl).

12/18/2006

Huaxtecapan

(Mitología Azteca - Epoca Prehispanica)
Garra de Jaguar se reunió con sus compañeros del Calmécac a esperar las noticias de una próxima expedición bélica, cuyo propósito era reprimir a los incontrolables pueblo en la región costeña, la Huaxtecapan, que habían aprovechado la muerte del tlatoani Ahuízotl para tratar de liberarse del dominio de México−Tenochtitlan.

El joven, que había nacido bajo la trecena de los grandes guerreros, esperaba con ansiedad las fiestas de entronización de Moctezuma Xocoyotzin, que ocurrirían en ese año 10 Conejo. Su padre y su abuelo, de noble linaje, emparentados con la casa gobernante desde los tiempos del primer señor Acamapichtli, por su arrojo y
su valor habían sido investidos con las insignias de los guerreros−jaguar; todos recordaban sus atrevidas actuaciones durante diversas batallas, cuando sin temor a la muerte habían desarmado en plena lucha a varios enemigos para conducirlos más tarde hasta la capital de Huitzilopochtli, donde se destinarían a la gran festividad de esa deidad.

Llegaba la hora en que el aprendizaje del joven... Leer mas...

Los Primeros Dioses

(Mito de la Época Prehispánica)
Los mas antiguos mexicanos creían en un dios llamado Tonacatecuhtli, quien tuvo cuatro hijos con su mujer Tonacacihuatl. El mayor nació todo colorado y lo llamaron Tlantlauhqui. El segundo nació negro y lo llamaron Tezcatlipoca. El tercero fue Quetzalcóatl.

El mas pequeño nació sin carne, con los puros huesos, y así permaneció durante seis siglos. Como era zurdo lo llamaron Huitzilopochtli. Los mexicanos lo consideraron su dios principal por ser el dios de la guerra. Según nuestros antepasados, después de seiscientos años de su nacimiento, estos cuatro dioses se reunieron para determinar lo que debían hacer.

Acordaron crear el fuego y medio sol, pero como estaba incompleto no relumbraba mucho. Luego crearon a un hombre y a una mujer y los mandaron a labrar la tierra. A ella también le ordenaron hilar y tejer, y le dieron algunos granos de maíz para que con ellos pudiera adivinar y curar.

De este hombre y esta mujer nacieron los macehuales, que fueron la gente trabajadora del pueblo. Los dioses también hicieron los días y los repartieron en dieciocho meses de veinte días cada uno. De ese modo el año tenía trescientos sesenta días.

Después de los días formaron el infierno, los cielos y el agua. En el agua dieron vida a un caimán y de él hicieron la tierra. Entonces crearon al dios y a la diosa del agua, para que enviaran a la tierra las lluvias buenas y malas. Y así fue como dicen que los dioses hicieron la vida.

12/15/2006

La Leyenda de los Volcanes

Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra.

Pero no sonaban ni los teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía rebotar sus percusiones en las calles y en los templos.

Tampoco las chirimías esparcían su aflautado tono en el vasto valle del Anáhuac y sobre el verdiazul espejeante de los cinco lagos (Chalco, Xochimilco, Texcoco, Ecatepec y Tzompanco) se reflejaba un menguado ejército en derrota. El caballero águila, el caballero tigre y el que se decía capitán coyote traían sus rodelas rotas y los penachos destrozados y las ropas tremolando al viento en jirones ensangrentados.

Allá en los cúes y en las fortalezas de paso estaban apagados los braseros y vacíos de tlecáxitl que era el sahumerio ceremonial, los enormes pebeteros de barro con la horrible figura de Texcatlipoca el dios cojo de la guerra. Los estandares recogidos y el consejo de los Yopica que eran los viejos y sabios maestros del arte de la estrategia, aguardaban ansiosos la llegada de los guerreros para oír de sus propios labios la explicación de su vergonzosa derrota.

Hacía largo tiempo que un grande y bien armando contingente de guerreros aztecas había salido en son de conquista a las tierras del Sur, allá en donde moraban los Ulmecas, los Xicalanca, los Zapotecas y los Vixtotis a quienes era preciso ungir al ya enorme señorío del Anáhuac. Dos ciclos lunares habían transcurrido y se pensaba ya en un asentamiento de conquista, sin embargo ahora regresaban los guerreros abatidos y llenos de vergüenza.

Durante dos lunas habían luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna, pero a pesar de su valiente lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en el Calmecac, que era así llamada la Academia de la Guerra, volvían diezmados, con las mazas rotas, las macanas desdentadas, maltrechos los escudos aunque ensangrentados con la sangre de sus enemigos.

Venía al frente de esta hueste triste y desencantada, un guerrero azteca que a pesar de las desgarraduras de sus ropas y del revuelto penacho de plumas multicolores, conservaba su gallardía, su altivez y el orgullo de su estirpe.

Ocultaban los hombres sus rostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a esconder a sus hijos para que no fueran testigos de aque retorno deshonroso.

Sólo una mujer no lloraba, atónita miraba con asombro al bizarro guerrero azteca que con su talante altivo y ojo sereno quería demostrar que había luchado y perdido en buena lid contra un abrumador número de hombres de las razas del Sur.

La mujer palideció y su rostro se tornó blanco como el lirio de los lagos, al sentir la mirada del guerrero azteca que clavó en ella sus ojos vivaces, oscuros. Y Xochiquétzal, que así se llamaba la mujer y que quiere decir hermosa flor, sintió que se marchitaba de improviso, porque aquel guerrero azteca era su amado y le había jurado amor eterno.

Se revolvió furiosa Xichoquétzal para ver con odio profundo al tlaxcalteca que la había hecho su esposa una semana antes, jurándole y llenándola de engaños diciéndole que el guerrero azteca, su dulce amado, había caído muerto en la guerra contra los zapotecas.

--¡Me has mentido, hombre vil y más ponzoñoso que el mismo Tzompetlácatl, - que así se llama el escorpión-; me has engañado para poder casarte conmigo. Pero yo no te amo porque siempre lo he amado a él y él ha regresado y seguiré amándolo para simpre!

Xochiquétzal lanzó mil denuestos contra el falaz tlaxcalteca y levantando la orla de su huipil echó a correr por la llanura, gimiendo su intensa desventura de amor.

Su grácil figura se reflejaba sobre las irisadas superficies de las aguas del gran lago de Texcoco, cuando el guerrero azteca se volvió para mirarla. Y la vio correr seguida del marido y pudo comprobar que ella huía despavorida. Entonces apretó con furia el puño de la macana y separándose de las filas de guerreros humillados se lanzó en seguimiento de los dos.

Pocos pasos separaban ya a la hermosa Xochiquétzal del marido despreciable cuando les dio alcance el guerrero azteca.

No hubo ningún intercambio de palabras porque toda palabra y razón sobraba allí. El tlaxcalteca extrajo el venablo que ocultaba bajo la tilma y el azteca esgrimió su macana dentada, incrustada de dientes de jaguar y de Coyámetl que así se llamaba al jabalí.

Chocaron el amor y la mentira.

El venablo con erizada punta de pedernal buscaba el pecho del guerrero y el azteca mandaba furioso golpes de macana en dirección del cráneo de quien le había robado a su amada haciendo uso de arteras engañifas.

Y así se fueron yendo, alejándose del valle, cruzando en la más ruda pelea... Seguir leyendo